viernes, 13 de enero de 2012

NOS HABÍAMOS ODIADO TANTO

(La reconciliación alimentaria y el tardío rescate de los sabores)

1. La espesura del odio es consistente porque está hecha de amor. Gracias a esa mazamorra de sentimientos extremos es que las partidas lacrimógenas, y en consecuencia, los encuentros orgásmicos, existen. Sucede con las relaciones. Pero también con los alimentos. Ay de aquel que no perdone en la adultez al alimento que causó las angustias de su infancia. Hasta las menestras más insolentes saben disculpar lenguas malcriadas y paladares desagradecidos.

2. Obligar al niño a no parase de la mesa hasta acabar con el menjunje, es obligarlo a un primer enfrentamiento con la gastronomía. En la vida los enemigos se hacen, no nacen. Y en la mesa la dinámica no es distinta. Detrás de esa lucha berrinchosa desplegada con majestuoso buffet de pucheros, existe una trompeadera interna entre el comensal y la receta de turno, que continuará hasta después de gestionado el DNI, y, en varios casos, hasta emitida la partida de defunción. Siempre perderá quien empuñe las armas. El tenedor y el cuchillo nunca servirán de nada.

3. Quien se reconcilia con los alimentos, crece. El placer dento-lingual de redescubrir nuevos sabores y texturas es estar delante de otros que no han sabido resolver sus conflictos. Y sin embargo, a estos últimos, no se les merece atribuir culpa alguna. La culpa fue de las cocineras y de las exigencias paternas, de quienes se heredaron guerras que no se querían pelear. Ambos inocentemente ignorantes de aquella premisa culinaria que entiende que el peor ingrediente de la sopa son las lágrimas de un niño inapetente.

4. Resuelto el disgusto, renacerá el amor. Ahí el abrazo aguantado por años a un plato de lentejas. Los besos retenidos como reos contumaces a un diente de ajo. El sexo a primera vista con una lengua de vaca tostada a la parrilla. La cariñosa masacre a chunchulíes barranquinos, perdonándonos todo con su traviesa textura, entregándose con similar reacción perruna, que habiéndose extraviado por años, logra reconocernos para recibirnos con movimientos de cola. Es quizá por eso que existe, en surquillana calle de Lima, un restaurante que lleva por título algo que podría resumir estos episodios: Todos vuelven.

5. Tres breves moralejas:

a) Si la palabra eructo viene con sonido y la palabra pedo con olor, la churreta será la constreñida suma de ambas: consecuencia psicosomática del alimento no deseado.

b) La ciencia absurda ha descifrado que el odio no solo conduce al mal humor, sino también al estreñimiento.

c) El maestro colombiano, Gabriel García Márquez, lo ha condensado todo en una frase sabia: Existen dos tipos de personas en el mundo: los que cagan bien y los que no. Así que perdone. Y pare de sufrir.

1 comentario:

  1. Este está muy paja ¡me hiciste matar de risa! 17 puntos Cornejo!!

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