lunes, 24 de junio de 2013

JULIO CÉSAR BALERIO

El hombre que hacía la de Dios, ha muerto.

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE VIVÍA POR QUEDARME MUDO UNA VEZ POR SEMANA. Era verano de 1997 y un equipo que no era mi equipo jugaba la Copa Libertadores. Ahora que escribo sobre esto, me doy cuenta que he tardado en entender que nunca me interesaron los colores de las camisetas. Que lo que realmente me interesaba era el juego de los hombres que las vestían. Con cierto orgullo confieso que he sido de varios equipos pero también de ninguno. Y no me cuesta aceptar que he vendido mis cuerdas vocales a los mejores jugadores mientras me interesó el fútbol. Ahora no me interesa, pero ese año ni es ahora ni es nunca. El año 97 fui feliz junto a mi padre y a mi hermano menor, en la tribuna oriente del Estadio Nacional, porque comencé a entender que algunos hombres podían ser los número uno y podían volar.

PERO JULIO CÉSAR BALERIO SABÍA HACER MÁS COSAS QUE SOLO VOLAR. Escondía la pelota de los delanteros dentro de su camiseta. La hacía rebotar en la cabeza de los rivales antes del saque para enfadarlos. Una vez vi como convenció a dos árbitros de que ese penal que había cometido su delantero no era penal (no he vuelto a ver algo similar jamás). Y además sabía hacerse respetar. Cuando José Luis Chilavert, ese arquero pedante que regalaba puñetes cuando el árbitro no miraba, le escupió en la cara a la hora del saludo, él se limpió la baba venenosa del paraguayo y se quedó callado. Caminó hacia su arco sabiendo que algo tenía que hacer pero no sabía bien qué, de eso estoy seguro. Y minutos más tarde le tapó un penal y luego le mentó la madre. Porque cojudo tampoco era.

EL PRIMER PARTIDO EN EL QUE VI A BALERIO TAPABA CONTRA RACING.  Lo recuerdo porque yo no había ido a verlo a él, sino al arquero argentino, a un tal Gonzáles, un muchachito que recién aprendía a volar y no lo hacía mal. Le metieron cuatro pepas. Y mientras el argentino me daba pena por cada gol que le hacían, por el rabillo del ojo me llamaba el agitado festejo del viejo Balerio, que corría hasta la barra de los visitantes a doblar un brazo en torno a su muñeca, en un saludo que no nunca tuvo un significado claro para mí, pero que seguramente se acercaba más al de ‘concha tu madre’ que al de ‘lo siento mucho’. Balerio, luego de eso, y mucho más amansado, volvía caminando a su arco para arrodillarse y persignarse bajo los tres palos. Esas contradicciones que se vuelven rituales en torno al fútbol y que tarde o temprano yo adoptaría y replicaría en los partidos de la liguilla de Barranco que me tocaron jugar un año más tarde.

FUE POR BALERIO QUE YO COMENCÉ A TAPAR. La cancha del Champagnat de Miraflores era verde y grande, y todos los sábados se jugaba un campeonato intersecciones al que yo asistía no sé muy bien para qué, porque nunca me animaba a tapar fuera de la cancha que improvisaba con mis amigos de parque y porque jugando era un poco más que fatal. Ese año nuestra sección no tenía ningún arquero titular, entonces rotaban por cada gol que nos metían. Yo mendigaba pases por toda la cancha, aburrido, hasta que decidí, más por orgullo que por resignación, ponerme en el arco. Aliviada la oncena púber y escolar de mis reclamos por el balón, me dejaron tapar. Me puse ahí, bajo los palos, pensando que todo estaría más calmo hasta que se acabara la contienda.

ERROR: SEGUNDOS DESPUÉS DE PONERME BAJO EL ARCO, MI DEFENSAS COMETERÍA FOUL al borde del área de penal. Pensé que estaba jodido. Pero lo confirmé segundos después cuando se puso frente al balón ese alumno que nunca falta en toda promoción: el repitente abusivo que tenía en su haber un par de narices rotas, que ya cargaba con barba desde los 12 años y que era más alto que mi papá y más fuerte que el profesor de educación física. Y por si fuera poco, titular indiscutible de la selección del colegio.

OBSERVÉ DOS COSAS. PRIMERO LA PIERNA QUE ESE MUCHACHO DOMINABA, la derecha, que era como ver a dos niños abrazados en la edad del kínder. Luego miré mis manos con cierto drama. Por primera vez en mi vida acomodaba una barrera y lo hice como lo había visto en la tele, pero mal. Me junté al palo, medí con la mirada y grité absolutamente con ninguna autoridad. No me escuchó nadie pero se juntaron los valientes, gente a la que se debe recordar para invitarles hoy una cerveza. Me coloqué en el otro palo, flexioné las rodillas como ancas de rana y todo sucedió muy rápido.

EL ÁRBITRO PITÓ, LA BARRERA SE ABRIÓ COMO EL MAR MUERTO y la pelota se volvió fuego camino a incendiar las redes del ángulo opuesto a donde yo estaba. No sé qué pasó, hasta el día de hoy no puedo explicarlo, no hay ciencia alguna, ni aritmética, ni emoción que resuma lo que sucedió, pero por primera vez en mi vida, volé. Volé como había visto volar a Balerio ese verano de 1997, volé sin quitarle la vista al balón, no lo olvido, volé hacia el parante izquierdo como dicen los narradores de fútbol, y lo hice lento, mientras la pelota en llamas se levantaba más y se abría y se levantaba y se abría más y más, mientras yo me acercaba volando, con la mano izquierda en alto, que no llegaba, que no iba a llegar al balón nunca, pero yo volaba pensando, y a la vez me iba acordando de algo, me iba acordando de que tenía otra mano, la mano derecha, me iba acordando de que la podía alzar mientras volaba, y la alcé, la estiré toda, lo más que pude, hasta que sentí que algo me quemó la mano.

CUANDO CAÍ HORIZONTAL EN EL PASTO OBSERVÉ NUEVAMENTE DOS COSAS: primero, el balón rodando todavía fuera de la cancha, lejos, en los juegos de arena donde estaba el sube y baja. Luego giré sobre mi espalda, tirado aún en el pasto, y vi la cara de todos sin creer lo que había hecho. Cuando me levanté era otra persona. Y aunque fue córner, yo fui a recoger esa pelota. No podía dejar que vieran mi cara de sorpresa de lo que yo mismo había logrado. Sonreía, solitario. De camino a casa, en el bus, comencé a pensar que bajo el arco uno no crece, se hace grande nada más, y que eso basta para tapar. Lamenté que mi papá no me haya ido a ver esa vez. Pero el siguiente sábado, ya con guantes (unos Umbro chillones rojo con amarillo) mi papá estaba en el borde de la cancha y yo bajo el arco. Me metieron cinco goles. Cómo olvidarlo.

PERO FINALMENTE ERA A ESTO A LO QUE QUERÍIA LLEGAR. Luego de ese sábado seguí tapando. Tapé penales en un campeonato de verano interdistrital. Escondí balones bajo mi camiseta. Las reboté en las cabezas de mis rivales. Salí a achicar al puro estilo Balerio, la de Dios le decían los periodistas: brazos abiertos y piernas estiradas, esa pelota no entraba al paraíso, pegaba duró en el pecho y negaba el festejo. Y también le doblé el brazo en torno a mi muñeca a la hinchada rival. (Esa vez no salí del Estadio Unión de Barranco hasta después de una hora porque me esperaban afuera). Encontré que mi lugar en la cancha era bajo el arco, que ya era bastante para un adolescente que buscaba su lugar en el mundo. Y de pronto comenzó a suceder algo maravilloso: cada propina para almorzar en la cafetería del colegio comencé a gastarla en revistas deportivas. Don Balón y Once, recuerdo esas dos, las compraba en el paradero del micro. Recortaba las fotos y los titulares y las pegaba en papeles blancos que luego iban a fólderes. Tenía decenas de imágenes de Julio César Balerio volando, achicando, sacando, revotando la pelota en la cabeza de los rivales, deteniendo el penal de Chilavert, y  con ella armaba mis propias revistas según mi capricho. ¿Dónde estarán esos folios? No lo sé.

YA NO TAPO: El año pasado me rompí los ligamentos del hombro derecho en un último vuelo. Pero ahora hago revistas, que es lo más parecido a volar.


Descansa en paz, Balerio. 

jueves, 16 de febrero de 2012

SI LA CÁMARA ME ACOMPAÑA

(Brincos del periodismo nacional: del vocabulario al vocamulario)

Medio pollo a la brasa nos reunió a mi hermano y a mí en un restaurante de Magdalena, uno de esos locales en donde el aroma abraza con calidez al comensal del mismo modo que un pedo bajo las sábanas acalora al durmiente. Pero es el hambre, antes que el amor, lo que puede hacer arriesgar la propia integridad.

Así que luego de hacer el pedido, le pregunté a mi hermano sobre lo que veníamos conversando cuando nos sentamos en la mesa: ¿Y por qué pasa eso? Entonces me enteré de las razones por las cuales la caca de unas personas flotan y las de otras no: una clase de química pura y pedestre de un estudiante de biología que a los cinco años de edad resucitó a un pájaro metiéndolo en un horno microondas Samsung. Uno de esos extraños casos en donde el milagro se suma a la ciencia a favor de la vida. Y sobre el análisis de esta reflexión, anécdota infantil de por medio, nos sirvieron el pollo. Parte pecho para mí. Para mi hermano la pierna.

Fue entonces cuando la entusiasmada voz de un reportero del noticiero nocturno de Panamericana TV se abrió paso entre el pedorro sopor del restaurante. Alargando el amarillo sabor nacional que era lo único que nos quedaba sobre la mesa, nos soplamos el noticiero entero y vimos la luz: aprenderse las siguientes 25 las frases, convertirá a cualquier Homo Sapiens en flamante reportero de la televisión nacional. Con ustedes, un lugar llamado Común.

1. Momentos de angustia y desesperación vivieron...

2. Que las autoridades tomen cartas en el asunto.

3. Dio rienda suelta a sus bajos instintos.

4. Las fuerzas del orden.

5. Los amigos de lo ajeno.

6. Nutrido intercambio de disparos (afinarla con la conjugación de la frase: Baño de sangre).

7. Dantesco incendio.

8. Ha comenzado la cuenta regresiva.

9. En breves instantes.

10. No apto para cardíacos.

11. Los agentes del orden.

12. Concienzudo análisis.

13. Desenlace fatal.

14. Haciendo caso omiso.

15. Breve, pero emotiva ceremonia.

16. Llamó poderosamente la atención.

17. El citado nosocomio.

18. En el punto álgido.

19. No hubo víctimas que lamentar.

20. Una sesión de infarto.

21. Nunca imaginó lo que iba a ocurrirle.

22. El muerto respondía al nombre de.

23. La familia de la víctima exigió justicia.

24. Hizo vibrar a grandes y chicos.

25. Si la cámara me acompaña.

jueves, 26 de enero de 2012

VIAJE AL CENTRO DE LA ESTUPIDEZ

(El negocio del olvido y marketeras actitudes movadefianas).

1. LAS PREGUNTAS, ESA LENTA EXCAVACIÓN HUMANA en búsqueda del entendimiento, es lo que volvió hombre al mono. Fue de aquel inteligente asomo hacia la oscuridad de lo ignorado, que el pulgar se elevó, transformando la pezuña en mano y alcanzando esa invaluable oportunidad de abrir puertas. Desde que el humano pudo girar la manija, la curiosidad abrió puertas tras las cuales la estupidez dormía. Despertó.

2. EL PODER DE UN CUESTIONAMIENTO ACERTADO es infinito. Ha arruinado a muchos y enaltecido a pocos; delatando estupidez en el primer caso, y lucidez en el otro. Las respuestas que los jóvenes partidarios del MOVADEF (Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales) dieron en las entrevistas que los lanzaron a una odiosa fama, fueron tan inútiles como idiotas. Recurrieron al detestable recurso de la defensa ofensiva, pronunciado de paporreta un discurso sin fundamento y con la paciencia de quien hace perder el tiempo ajeno; e intentando alardear de una falsa seguridad con esas sonrisas que nacen del endurecimiento abdominal y provocan un intenso dolor muscular en la cabeza. Lo único que provocaron, en realidad, fueron deliciosos estrangulamientos imaginarios en quienes los vieron. En quienes no olvidaron.

3. EL QUE NADIE COMULGUE CON SUS IDEAS no hace responsable a ese ramillete de gestos y actitudes que enumeran los libros de telemercado y autoayuda, sino más bien a la estúpida inocencia con la que se han dejado utilizar por violadores y asesinos experimentados, convenciéndose de que su misión es lograr una democracia que camine con rectitud y justicia, siendo sus instructores de base quienes la dejaron coja a punta de anfo. Y ahora, con la desvergüenza que concede la más absoluta ignorancia, quieren vendernos una pierna postiza para el muñón que ellos mismos dejaron. Con el respeto que se merecen, una extensa masa de jóvenes les invitan a irse al carajo.

4. SIN EMBARGO, ESTOS MUCHACHOS NO SON LOS CULPABLES. La culpabilidad viene de la cucufatería política. Los que auspician el olvido porque viven de él. Aquellos que han engordado beneficiados por el olvido y planean su regreso. Aquellos a quienes gracias al olvido, al ocultamiento y la absurda negación de lo evidente, ha heredado a su prole la desfachatez de continuar en contiendas políticas, con cancha y concha, a pesar de la inexperiencia y la tan generosa estupidez que los mueve como máquina en búsquedas del poder. La culpa la tienen los partidos políticos, que permiten que congresistas vuelvan una y otra vez al Congreso, seguidos por ese olor a corrupción y a pezuña de medias negras de ternos Él, escudados en agrupaciones especializadas en borrar la memoria. La culpa es de los civiles que vivimos y nos enteramos de todo lo que pasó, y aplicamos la máxima peruana del “A mi qué chucha”. Y nos erizamos.

5. A LOS MUCHACHITOS QUE NO LES TOCÓ ENTERARSE DE NADA, esto fue lo que pasó. (Ver video).

- VILMA HUATUCO, SOBRE SU ESPOSO: “Han matado a mi esposo en el puente. Tengo una foto donde aparece todito, como un perro que lo hubieran degollado ahí. Le han sacado la cabeza, la han puesto en el puente y yo encontré toda la sangre chorreada hacia abajo”.

- DELIA VENTO, SOBRE SU PAPÁ, representante de su pueblo para adquirir una antena parabólica: “Amarraron a mi papá. Nos llevaron al parque, incluso a mi mamá también. Entonces nos preguntaron: ‘¿Cómo quieren que los aniquilemos, con arma de fuego o con arma blanca?’. Y en eso yo vi que una chica tenía un cuchillo bien grande y comencé a gritar, me desesperaba en ese rato, y le decía a mi mamá: ‘Mamá, lo van a matar, lo van a matar’. Yo ya no podía más”.

- Rebeca Ricardo, de la comunidad Ashaninka: “Mataron más que nada a los niños. Los metieron en costales y los tiraron al río”.

- MARIA CECILIA MALPARTIDA, SOBRE SU ESPOSO: “Le apretaron la soga, le hicieron agachar la cabeza y le metieron una puñalada. me llamaba, me decía: ‘Negrita, bebita, ¿estás ahí?’ Sí, le decía yo, estoy aquí, no te voy a dejar. De repente me sueltan y me llevan ante mi esposo… me desatan la mano y el (terrorista) que lo había apuñalado, de apelativo Bagua, me dice ‘¡Pícale!’, y me hace agarrar el puñal. ¡Pícale, pícale!, me decía. Y yo no quería picarle, cómo iba a querer picarle, si era el hombre que amaba, mi esposo, el padre de mis hijos”.

- Víctima, sobre la masacre en Lucanamarca: “No hubo disparos porque ellos siempre decían: ‘Nosotros no podemos malgastar nuestras balas en campesinos miserables’”.

lunes, 16 de enero de 2012

EL NANAMÓVIL

(Pérez Concha, la nueva línea de transporte chola llega a Chile)

Fue el marketing quien eligió al verano como la estación más alegre del año. Allá aquellos para quienes la vida es un comercial de Hawaian Tropic. Los que creen sin cuestionamientos son libres por elección a dejar en paz a sus neuronas y vivir la vida antes de que la vida los viva. En los veranos Coca Cola no existen la erisipela, las escaldaduras ni las malaguas. Y sin embargo, en la vida real están ahí de la misma forma en que están los obreros, los jardineros y las nanas. Es mentira que el sol vuelva al mundo perfecto, solo lo ilumina mejor. Y así la estupidez se distingue desde más lejos.

Esta vez el dedo discriminatorio señaló desde el país hermano del sur, Chile. La vocera, Inés Pérez Concha, haciéndole honores a su segundo apellido marino, retrató el moderno sistema de movilización que los propietarios del condominio que habita le ofrecen a sus empleados: “Acá la única indicación que tiene mi nana, es que al ingresar al condominio debe hacerlo en una furgoneta”. Culminando su intervención con un cuestionamiento que bien podría convocar a un debate internacional calando a orillas del kilómetro 97.5, y en algún restaurante del Boulevard de Asia: “¿Te imaginas a todas las nanas y a todos los obreros caminando por la calle, con tus hijos ahí, en bicicleta?”.

Entonces se convocarían a químicos y físicos para probar si es verdadero o falso que los cholos, los negros o quienes tengan una posición social distinta a la suya, ensucian el piso cuando caminan sin zapatos. Hallándose entre los asistentes a un detractor, quien lavándose las manos con jabón Neko, argumentará en contra de la discriminación:

-Broder, yo no soy racista. A mí me gusta Beyoncé, ¿manyas?

viernes, 13 de enero de 2012

NOS HABÍAMOS ODIADO TANTO

(La reconciliación alimentaria y el tardío rescate de los sabores)

1. La espesura del odio es consistente porque está hecha de amor. Gracias a esa mazamorra de sentimientos extremos es que las partidas lacrimógenas, y en consecuencia, los encuentros orgásmicos, existen. Sucede con las relaciones. Pero también con los alimentos. Ay de aquel que no perdone en la adultez al alimento que causó las angustias de su infancia. Hasta las menestras más insolentes saben disculpar lenguas malcriadas y paladares desagradecidos.

2. Obligar al niño a no parase de la mesa hasta acabar con el menjunje, es obligarlo a un primer enfrentamiento con la gastronomía. En la vida los enemigos se hacen, no nacen. Y en la mesa la dinámica no es distinta. Detrás de esa lucha berrinchosa desplegada con majestuoso buffet de pucheros, existe una trompeadera interna entre el comensal y la receta de turno, que continuará hasta después de gestionado el DNI, y, en varios casos, hasta emitida la partida de defunción. Siempre perderá quien empuñe las armas. El tenedor y el cuchillo nunca servirán de nada.

3. Quien se reconcilia con los alimentos, crece. El placer dento-lingual de redescubrir nuevos sabores y texturas es estar delante de otros que no han sabido resolver sus conflictos. Y sin embargo, a estos últimos, no se les merece atribuir culpa alguna. La culpa fue de las cocineras y de las exigencias paternas, de quienes se heredaron guerras que no se querían pelear. Ambos inocentemente ignorantes de aquella premisa culinaria que entiende que el peor ingrediente de la sopa son las lágrimas de un niño inapetente.

4. Resuelto el disgusto, renacerá el amor. Ahí el abrazo aguantado por años a un plato de lentejas. Los besos retenidos como reos contumaces a un diente de ajo. El sexo a primera vista con una lengua de vaca tostada a la parrilla. La cariñosa masacre a chunchulíes barranquinos, perdonándonos todo con su traviesa textura, entregándose con similar reacción perruna, que habiéndose extraviado por años, logra reconocernos para recibirnos con movimientos de cola. Es quizá por eso que existe, en surquillana calle de Lima, un restaurante que lleva por título algo que podría resumir estos episodios: Todos vuelven.

5. Tres breves moralejas:

a) Si la palabra eructo viene con sonido y la palabra pedo con olor, la churreta será la constreñida suma de ambas: consecuencia psicosomática del alimento no deseado.

b) La ciencia absurda ha descifrado que el odio no solo conduce al mal humor, sino también al estreñimiento.

c) El maestro colombiano, Gabriel García Márquez, lo ha condensado todo en una frase sabia: Existen dos tipos de personas en el mundo: los que cagan bien y los que no. Así que perdone. Y pare de sufrir.