BUSCAR O ENCONTRAR, HE AHÍ EL DILEMA. Cuando uno busca no encuentra y cuando uno encuentra no es lo que buscaba. Me lo hizo saber el agitado tráfico de un local cuando tropecé con la única mujer del bar que se atrevió a encenderme un cigarrillo. Si una dama acerca tanto las manos a labios ajenos, es porque poco temor a “quemarse” tiene, era mi premisa. Al poco rato y luego de varios intentos vanos de convertir mi tabaco en brasa, supe de su nombre y apellido de vampira.
LA SEÑORITA CULLEN era diseñadora de modas. Y cuando lo dijo, aquel encuentro era la revalidación de algo que yo había cancelado meses atrás. El encuentro se convertía en un menú que ya conocía. Desde la entrada hasta el postre. Desde la sobremesa hasta el eructo. El plato me sabía a repetición, a ex novia: la profesión, los almendrados ojos marrones, la trillada piel canela y la expresión de asesina en serie que le daban sus cejas. Bromeé mentalmente uniendo dos galicismos: “Deja vù gourmet”. Fuego de por medio la sospecha estaba cocinada, el precio sería el mismo, quise besarla, sin descuentos ni cupones, hasta desaparecer el parecido, hasta quitarle el sabor.
MINUTOS MÁS TARDE su celular ya era mío. Yo prometía un café y ella puntual asistencia. Esa era la oportunidad de hacer honor al título con el que hizo su aparición en la barra del bar. “Si es que las vampiras muerden, la señorita Cullen no podrá resistirse a mi cuello”, me dije excitado, observando la repetición que tenía frente a mí, contoneándose, brincando sin despegar los pies del suelo, como un conejo rabioso en saltos que no pueden ser, cogiéndome de las manos, cantando “Time of the season”. Me besó la mejilla, nadie sangró y desapreció. Cuando se fue del bar la quise en mi cama.
HASTA ESE MOMENTO no sabía si lo que había hecho era buscar o encontrar. Pero al día siguiente me quedó claro: me buscaban. La Srta. Cullen tenía novio, quien atento a nuevas llamadas recibidas de su amada me había descubierto como cuello posible de los mismos dientes que lo habían mordido en otras ocasiones, sobre distintas superficies terrenales, en agotadoras sesiones de pasión y conversión vampiresca.
“TENGO ENAMORADO”, me dijo, mientras yo convocaba su presencia frente a una mesa de café. “Preferiría que no me llames ni me mandes mensajes”, y colgó. No le hice caso y le mandé el primer y último mensaje. La dirección de este blog.